sábado, febrero 16, 2008

Inglés a la rusa

Cuando la palabra condicionamiento se me viene a la cabeza la conexión inmediata con Rusia es inevitable. Me imagino que es debido a Ivan Pavlov, no encuentro algún otro motivo. Pero, como me enseñaron el colegio, el único condicionamiento no es el del perro babeante, no baboso. Existe también el condicionamiento operante, usado para reforzar estímulos conductuales en seres humanos y animales (según mi profesor también funcionaba con las plantas, pero creo que ya es muy excesivo mencionarlas).

Señalo el término, y hago la diferencia entre ambas técnicas, para contextualizar un poco el siguiente relato. Este es mi segundo mes en el centro de idiomas de la pacifico y con el cambio de ciclo también lo hice de profesora. Sandy, la primera, era bien llevable y buena gente. Además solía premiar a los alumnos responsables, y sobones, con unos veintes que supuestamente colaborarían en su calificación final. Arminda, mi nueva profesora, en lugar de entregar veintes a diestra y siniestra reparte caramelos, chocolates, chupetes y demás golosinas.

Si bien ambas prácticas tienen como fin reforzar el buen rendimiento, y sobonería, de los alumnos, con el segundo método me siento más utilizado, cual ratón de laboratorio. Le adjudico a este sentimiento dos motivos. El primero es que ni cuando estuve en nido o primero años de colegio tuve alguna profesora que diera tales incentivos, que de seguro hubiesen enfadado a los padres por las caries generadas. La segunda es que al sentirme animal de pruebas es como haber bajado un escalón, por lo menos, en la escala evolutiva y en la cadena alimenticia.

Debido a que esta baja deshonrosa me durará todo el mes, creo que no me queda otra que comenzar a engordar un poco más y disfrutar de los incentivos psicopedagógicos, ¿o no?

martes, febrero 05, 2008

Pequeño paseo

¿Alguna vez han sentido a una calle emanar vida o cierto pasado? ¿ que al caminar por sus calles hay cierto calor humano presente?

Unas noches atrás, cuando el pegajoso e insoportable calor de esta ciudad era llevadero, puse mis pies a andar. El recorrido dio inicio en San Isidro, cerca del hotel Los Delfines. Mi dirección fue hacia oriente. Mientras caminaba pude ver imponentes casas y edificios. Algunos de ellos se notaban viejos e imponentes; otros, con una arquitectura más moderna, eran ágiles; muy pocos, por no decir un par, estaban abandonados a su suerte.

Mientras más me adentraba por estas calles, encontraba que a pesar de la belleza arquitectónica de estilos y colores, las estructuras me daban pena. Eran tristes. Las grandes casas estaban simplemente amontonadas una al costado de otra, como palitroques esperando a ser derrumbados sin resistencia alguna. Inclusive, arrastraron a su estado inerte a una huaca cercana convirtiéndola en un mamotreto de barro.

Cuando perdía la esperanza, y comenzaba a llenarme la depresión fui sintiendo un poco más de vida y calor de la casas que contemplaban mi andar. Sucedió mientras me aproximaba a Miraflores. Aquel movimiento comercial y pequeñas casas le dieron brío a mi andar. En aquel momento, en contraposición al ya vivido, pude percibir que las paredes y el pavimento me murmuraban historias al oído. Relatos incontenibles por su incipiente materia.

No es la primera vez que transito por algun barrio o espacio urbano y puedo percibir tales sencaciones. En estos lugares, encuentro puntos en común. Por ejemplo, siempre existe un mayor movimiento de personas y una mayor socializacion entre los miembros de dicho lugar. En cambio, en el caso de San Isidro, pareciera que toda la vida sucede dentro de los hogares, por lo menos esa es la esperanza que me queda.

Otra característica que puedo resaltar, sobre los lugares más calidos, es que existe una especie de mimetización camaleonica de las construcciones, sean estas homogeneas o no. Esto genera una sensación de espacio único del conjunto. Por el contrario, en lugares donde se nota menos vida, tiendo a sentir que cada edificación es un ente aislado del resto, como si se bastáran a si mismos para subsistir en su hábitad.

Estos detalles, y sensaciones, me hacen pensar acerca de mis lugares favoritos. Debo admitir que a pesar de que tiendo al monte, prefiero lugares calidos, en sentido subjetivo, para habitar. Los barrios, o lugares, que me pueden brindar dicha calides son mis favoritos. Esta preferencia marcada sucede, creo, porque estoy seguro que en dichos lugares existe algo de calides, por lo menos en el espacio común. Sin embargo no niego que los otros sitios puedan tener calides de hogar, solo que prefiero no correr el riesgo de no encontrarla ni dentro ni fuera de ellos.



Pausa

Quisiera, en una breves palabras, pedirles disculpas por haber dejado de escribir durante muchos meses. Se que la flojera siempre será mi gran enemigo, pero espero que en adelante este nuevo hálito de fuerza que he adquirido no me abandone con facilidad. Ojalá les agrade mi humilde producción.

Gracias por la comprension.

martes, diciembre 05, 2006

Pequeño hallazgo

Hace un par de días quise refugiarme en un pequeño libro de mi paupérrimo estante. Luego de una fugaz búsqueda logré dar con su paradero. Una vez en mis manos y como si se tratase de la primera escena de alguna trillada película romántica (de aquellas que resultan demasiado empalagosas para los hombres, pero parecen ser adrenalina en los corazones de las mujeres) una pequeña hoja se deslizó hacia el borde de mi cama. No era la carta de ningún amor perdido, mucho menos una declaratoria de pasión (disculpen distinguidas damas, no ha sido mi intención decepcionarlas). Se trataba de un pequeño poema.

Lo reconocí por el estilo de letra, no existe caligrafía más horrenda que la mía. Lo revisé minuciosamente, de cabo a rabo. Si, si era mío. Recordé haberlo escrito una mañana de Agosto, en mi primer retiro; si, aquel que los inmaculados hacemos con Alfredito y no se si pueda considerar como tal. Si la memoria no me falla, fue el primer poema que escribí pensando en terceros, es increíble como las barreras de la mente se van rompiendo con la edad. En fin, antes de que me desvíe del tema y que los siga aburriendo más, aquí tienen mi poema*.

Siento ansias, pero ¿De qué?
ansias de querer, ganas de querer
de ser alguien más
ganas de crecer y ser algo para los demás

Siento ganas de volar como los pájaros
ganas de ser libre y volar donde yo quiera
volar y anidar,
anidar; no solo para descansar, sino para descansar a los demás

Siento ganas de amar
ganas de entrar en alguien
compartir mi vida
¡¡Quisiera entregar mi alma a alguien!!

Siento ganas,
ganas de correr sin parar
correr libre y sin cansarme
sin tener que preocuparme por mí
o por los demás

Quiero estar allí
al lado de la chimenea
echado en aquel blanco sillón en tus piernas
y hablando contigo

Quiero sentirte sin quemarme
por dentro
por todo lo que quisiera hacer
contigo

Quiero estar bajo la luna
en la blanca arena junto a la fogata
en esa pequeña fracción de planeta
olvidado por todos, pero recordado por ti


* El poema está tal cual lo encontré, para mantenerlo fiel al momento

jueves, julio 06, 2006

Carta a una amiga

Es acaso tan difícil entender que muero por verte, por ver tu mirada clavada en mi infinito, tu boca abrirse pronunciando mi nombre, tu sonrisa brillar como luna llena. No comprendo como las distancias lastiman si son invisibles, me desangran el alma a morir, me desgarran el corazón sin piedad. Pero, lo que más daño me causa no es eso, es tu indiferencia, tu frialdad, tu lanza en el costado, tu castigo de olvido, el destierro que me has impuesto. Duele, mata. Nunca lo pensé de ti, supuse que sería otra, en verdad, si hubo otra, corrección, hay otra; pero, de ti jamás lo esperé. Me cuesta comprender, me engaño negando todo; pero, ¿Cómo puede ser posible? Pensé que de ti solo podían brotar palabras y sonrisas y ahora me doy cuenta que también brotan silencios y pasos al vació. Tu caricia se convirtió en daga, tu palabra en bala, tu mirada en látigo, tus manos en espadas y tu ser en mi verdugo.

Sufrir así, pensé, sucedía solo una vez en la vida y supuse que ya me había sucedido, qué equivocado estuve. Tú eres mi segunda muerte, mi segunda tumba, mi tercer epitafio y mi más reciente ataúd. Sigo negando todo. Desvanezco en otros brazos, tú olvido me ha llevado a ellos. Yo deseo los tuyos, nada más, aunque debo admitir la sutileza y belleza de los otros.

Quizás me digan mediocre por solo desear verte, pero es todo lo que pido. Quiero ser mendigo de tu sombra, no sabes con que gusto lo sería; pero, tu mente ya tiene un mendigo y no soy yo. La lenta agonía que me causas es eterna, lo sé. Solo espero que algún día mires a este abandonado paria y te apiades de él, aunque sea por un instante, y digas mi nombre como lo hiciste aquellas noches.