jueves, julio 06, 2006

Carta a una amiga

Es acaso tan difícil entender que muero por verte, por ver tu mirada clavada en mi infinito, tu boca abrirse pronunciando mi nombre, tu sonrisa brillar como luna llena. No comprendo como las distancias lastiman si son invisibles, me desangran el alma a morir, me desgarran el corazón sin piedad. Pero, lo que más daño me causa no es eso, es tu indiferencia, tu frialdad, tu lanza en el costado, tu castigo de olvido, el destierro que me has impuesto. Duele, mata. Nunca lo pensé de ti, supuse que sería otra, en verdad, si hubo otra, corrección, hay otra; pero, de ti jamás lo esperé. Me cuesta comprender, me engaño negando todo; pero, ¿Cómo puede ser posible? Pensé que de ti solo podían brotar palabras y sonrisas y ahora me doy cuenta que también brotan silencios y pasos al vació. Tu caricia se convirtió en daga, tu palabra en bala, tu mirada en látigo, tus manos en espadas y tu ser en mi verdugo.

Sufrir así, pensé, sucedía solo una vez en la vida y supuse que ya me había sucedido, qué equivocado estuve. Tú eres mi segunda muerte, mi segunda tumba, mi tercer epitafio y mi más reciente ataúd. Sigo negando todo. Desvanezco en otros brazos, tú olvido me ha llevado a ellos. Yo deseo los tuyos, nada más, aunque debo admitir la sutileza y belleza de los otros.

Quizás me digan mediocre por solo desear verte, pero es todo lo que pido. Quiero ser mendigo de tu sombra, no sabes con que gusto lo sería; pero, tu mente ya tiene un mendigo y no soy yo. La lenta agonía que me causas es eterna, lo sé. Solo espero que algún día mires a este abandonado paria y te apiades de él, aunque sea por un instante, y digas mi nombre como lo hiciste aquellas noches.

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